Tus brazos
tienen su propia suavidad acelerada,
tus labios
tienen su propia canción.
Dame tu mano,
dame tu amarga densidad
en el fracaso.
¡Vamos!
En esta o en otra ciudad,
para conejos,
vamos a levantar ciudades
para el hombre y la mujer.
Un día, este poema no será necesario.
¡Qué hermosa
será entonces la pradera
para el pie fatigado!
Y qué hermosa la casa,
que será al fin una casa:
tan comprensivo el hierro, el vidrio, el hormigón…
Y tú,
¡qué hermosa en la avenida soleada!
Y el vecino
¡qué vecino!
Quizás nadie
golpeará a su hermano
por un caramelo
o una tierra.
(La Bullonera)
23 de noviembre de 2010
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:)
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