Allí, solo, en la penumbra de la ermita, pensé que Antonio, guardián de la ermita de Orante, era en realidad el cuervo que salvó a San Benito de ser envenenado. Se lo dije al salir y ni pestañeó, creo que di en lo cierto.
Luego al despedirnos, me dijo:
- Disfruta de cada segundo.
- Sí, aquí y ahora.
- No, eso son dos segundos, ya has perdido uno.
Rompí a reír.

No hay comentarios:
Publicar un comentario